sábado, mayo 21, 2005

Historia 2: Actores en buses

Estaba sentado en el paradero junto a una de las mejores amigas que tengo, cuando en eso frente a nosotros pasó uno de esos carros que dan servicio de transporte público; pero aquél tenía un adorno adentro que intentaba por todos los medios cubrirse la cabeza con una casaca de color marrón como huyendo de su pasado o quizás de su presente.

Mi amiga, fiel seguidora de cuanto programa en televisión exista, interrumpió la conversación que habíamos comenzado seis cuadras antes, para que con su voz tan delicada y tersa me diga al oído: “Ese es un actor, ¿acaso no sabes quien es?”.

Yo claro, me desconcerté por el repentino cambio de tema, y solo atiné a posar mis ojos en aquella persona que parecía fugitiva de la justicia. La observé detenidamente y era verdad; era un conocido actor de una telellorona nacional y en mi cabeza había una interrogante: ¿Por qué se escondía de las personas?

En mi cerebro pues habían demasiadas respuestas, una de ellas era que quizás no quería ser reconocido por temor a que alguien se le acerque con cara de felicidad a pedirle un autógrafo a las nueve de la noche para su hermanita de doce años de edad.

Pero si eres famoso, cual es el chiste de que nadie te reconozca tomando en cuenta que en este país cualquier cosa llega a ser famoso; basta con tomar un par de cervezas con algún futbolista y salir con una mujer de lentejuelas doradas para que te llamen de un canal de televisión o una radio a que conduzcas un programa recontra mediocre y apestoso.

La otra posibilidad era que quizás quería llamar la atención de alguna manera ya que el cobrador de dicha unidad de transporte no lo había reconocido y le estaba cobrando un sol con veinte céntimos por ir desde la Avenida Javier Prado hasta el variopinto distrito de La Punta.

Definitivamente una opción nada descabellada si tomamos en cuenta que existen un gran grupo de personajes que harían cualquier cosa para que los reconozcan, desde reírse de manera descarada, comer de la forma mas grotesca posible, pelearse con el que está delante en la cola para comprar un boleto para el cine, hasta el creer que es Meteoro en su porquería de carro dizque europeo que se lo compró en Tacna a mitad de precio y que llegó al país porque en el Viejo Continente ya no lo usan.

Pero en el acto se me ocurrió la posibilidad que quizás se estaba oliendo la casaca para saber si la fragancia que se había colocado en la mañana todavía seguía intacta luego de haber sudado como un cerdo durante las doce horas que duraron las grabaciones de catorce capítulos de la telenovela que el protagonizaba.

Esta opción era la más extraña de todas y en definitiva ponía en duda la limpieza y el aseo de nuestros actores de primer nivel. Pero si viajaba en transporte público, llegué a una conclusión inteligente; quizás era uno de esos actores que no tiene escándalos, lo cual por supuesto afecta su economía de forma negativa, y además se tapaba con la casaca porque el bestia del cobrador abrió la ventana como si hiciera calor y lógico luego de doce horas de haber sudado, pues era probable que si no se tapaba pesque una neumonía de padre y señor mío.

Pero en fin, el carro siguió su camino, mi amiga y yo seguimos nuestra conversación y actuando en esta vida real de la que nos tenemos que cubrir para no ser reconocidos por la muerte.